sábado, 24 de octubre de 2015

Las falsarias o la continuidad de las tertulias: acta de la tertulia del día…


…Oye Salomé, perdónala jamás las perdones…
El Gran Combo de Puerto Rico, Falsaria (Los arreglos son míos, aunque al momento de escribir esto escucho a Paco de Lucia… con tanta castañuela me dan ganas de cabalgar).

Nunca me había molestado tanto aquella posición de entrecruzar las piernas hasta que Roxana me lo preguntó. Ya era la tercera vez que lo hacía en menos de veinte minutos, y, teniendo en cuenta que soy bastante calmado, eso era mucho decir.
         Me perdonarán que empiece con una imagen tan puritana, pero sólo llevo dos copas de vino Sansón y éste es mi primer texto en verdadera y primera persona. Les prometo que más adelante seré explícito. También me parece justo y necesario empezar con algo que refleje mi impaciencia, esa que tan pocas veces tengo y que… me perdonarán de nuevo, pero prefiero ir de una vez al grano para no perder tiempo.
         Una chica me miraba de manera extraña, con una gran carga de odio sin fundamento en medio de mi larga espera. Ah, perdón, era Roxana, y estábamos en la oficina de Quirón, pero ya entenderán ustedes que uno y lo de uno no está acostumbrado a malas miradas, y siempre que pregunto si Roxana me mira mal la respuesta es unánime: “ella no te mira feo, es que ella mira así”. Después de esa impresionante descripción psicológica de Roxana, prosigo con una detallada descripción de la oficina en la que nos encontrábamos aquel día: [1].
        
I
 (Pensando en Magnolia)

No sé si era mi impresión, pero a lo lejos las voces de las señoritas que pasaban por el pasillo se escuchaban igual que la de Magnolia, una de nuestras contertulias[2]. Roxana me dijo que en realidad ninguna se parecía, pero ignoré su comentario y le dije que mejor se callara.
         – ¿Por qué, porque cuando callo parezco como ausente? – Preguntó ella mientras hacía malabares con dos monos y una motosierra. (Los monos en realidad hacían malabares sin la ayuda de Roxana, y la motosierra la debemos eliminar del relato porque al lado habían algunos politólogos, y no se sabía si eran o no simpatizantes del Centro Democrático[3]. De todos modos espero haberlos hecho leer esto, al menos, dos veces).
         –No, sino que cuando hablas te ignoro; entonces pareces como ausente.
         Volvimos a caer en un silencio lleno de miradas al reloj. De Carola me lo esperaba –y no por mal–, pero de Magnolia me parecía extraño, ¡ella y sus ciento cincuenta y cinco centímetros de finura cómica jamás se atreverían! En esos momentos me sentí eufórico y llamé a mis papás para decirles que los quería mucho y que ya entendía POR QUÉ CARAJOS UNO DEBÍA DARLES EL NÚMERO DE TELÉFONO Y RESPONDER A SUS LLAMADAS.

II
(Pensando en mil maneras de matar a Carola, nuestra otra contertulia)

Me sorprendía ver la paciencia con la que Roxana manejaba la situación: estaba dormida. Yo, mientras tanto, pensaba que por lo menos Carola aparecería. Ella llegaría con esa dulzura imposible de fingir y me saludaría de tal forma que a mí se me olvidaría la larga espera que había sufrido; después sus cabellos cobrizos flotarían en el viento cuando la lanzara por la ventana de la oficina y parara en el capote del carro del decano. La verdad es que no quisiera asesinar a una mujer, pero eso no implica que no tenga cierta curiosidad por la necrofilia; cada quien ama a su modo.
         Decidimos que era hora de irnos y darnos al dolor de haber sido vilmente plantados, después de la larga negociación entre nosotros tres: yo, conmigo mismo, y con las respuestas que daría Roxana.

EPÍLOGO

La conclusión es que “esa tal tertulia… no existió”. Y sí, ya sé; no les conté gran cosa, pero es que les quería hacer perder también el tiempo. Después de esos interminables treinta minutos de nuestras vidas malgastados en esperar, nos fuimos de la oficina decididos a hacer una historia que jamás se pudiese contar… y sí, adivinaron: en efecto gritamos el nombre de Gabriela y nos escondimos en las escaleras para que ella no nos viera[4]. Espero que esto de dejarme plantado no se vuelva a repetir, por lo que compré dos teléfonos: ya no tienen excusas. Cortázar y su "Continuidad de los parques" deberá esperar. 



[1] Nota del editor: el autor prefiere dejar este espacio en blanco, como la oficina de la Revista Quirón.
[2] Nota del autor: ojalá también todas ellas tuvieran los tobillos que tiene Magnolia. Pero tranquilos, no tengo ningún fetiche con esa parte del cuerpo en particular… a menos que se encuentren al lado de las orejas; ahí el punto ya es negociable.
[3] Nota del editor: Paco, uno de los monos, fue dado de baja por pertenecer presuntamente a las FARC-EP días después de haberse publicado este artículo. Lamentamos su muerte y desmentimos cualquier vínculo político con él.
[4] Nota del editor, que también resulta ser el autor: no importa quién es Gabriela. 



Vírgenes: la primera tertulia

"Lo bueno es que no duele -dijo-, así sabes cuándo empieza." Y así, indoloro y puntual, comenzó lo que sería nuestra primera tertulia. 
Eran las tres de la tarde de lunes, 24 de agosto. Nos citamos en una oficina, que de oficina no tiene nada, y nuestra intención yacía en la seriedad del encuentro. Pero la virginidad no se disimula. No les voy a mentir, en realidad no sabíamos qué estábamos haciendo, ni qué queríamos hacer ni los medios para alcanzar los objetivos propuestos dos días antes en medio de un almuerzo entre clases. Sólo teníamos un cuento en común (que Carola recién estaba terminando de leer) y llevábamos con nosotros las subjetividades propias evocadas por la literatura una vez nos permite sumergirnos en sus personajes y situaciones. Para este encuentro, citamos a Hemingway con su relato "Las nieves del Kilimanjaro". Pero... ¿cómo comenzar? 
Logramos abrirnos paso entre las letras ya leídas para contextualizar a quienes, por cosas de la vida, terminaron en esa oficina esperando con qué íbamos a salir. Nuestra emoción era imposible de ocultar, y cada uno por nuestra parte invitamos a varios cristianos a acompañarnos... el único problema era que ellos no habían leído a Ernest. Ahora teníamos la responsabilidad de resumir, describir e intentar analizar los detalles del autor y de esta historia particular. 
Nos sentíamos héroes, casi catedráticos, teniendo público asistente en nuestra primera gran hazaña de análisis literario. Dejaré los testigos en el anonimato, supongo que más adelante alguno de ellos cobrará protagonismo, pero sólo por esta vez no los he de mencionar; a veces el ego de Maleno se pega como una tuna en las mangas de la camisa. Comenzamos, pues, a deshojar a Hemingway. ¿Qué eran las Nieves del Kilimanjaro? 
No fuimos capaces de ser conclusivos; por ser la primera vez, quisimos ser sutiles, dedicados y hasta cariñosos con el sentimiento que despertaba el relato. Describimos en nuestra calidad banal permanente la forma de desarrollarse la historia, pretendiendo, más que analizar, evocar los pequeños detalles que nos llamaban la atención en el actuar de los personajes y sus emociones plasmadas. Pero los afanes por compartir, nuestra torpeza para comentar y la inevitable necesidad de distraernos con cualquier anécdota sin contexto, hacía que, como la Hiena, personificáramos nuestras intenciones en risas que se perdían entre chistes y ocurrencias... culpa del público asistente (¡teníamos que entretenerlos de alguna forma!). 
Extasiados con este fugaz encuentro, dejamos de lado el análisis para tratar inquietudes filosóficas como la representación de las sirenas y la pregunta por cómo follarlas, cuya respuesta es cuestión de gusto. Nos dejamos pendientes, satisfechos con nuestros amantes literarios, para volvernos a ver con Cortázar en alguna próxima vez, procurando que en el futuro haya menos público, más café y aportes menos inconsecuentes... aunque, ¿qué es la vida sin la inconsecuencia?