sábado, 24 de octubre de 2015

Vírgenes: la primera tertulia

"Lo bueno es que no duele -dijo-, así sabes cuándo empieza." Y así, indoloro y puntual, comenzó lo que sería nuestra primera tertulia. 
Eran las tres de la tarde de lunes, 24 de agosto. Nos citamos en una oficina, que de oficina no tiene nada, y nuestra intención yacía en la seriedad del encuentro. Pero la virginidad no se disimula. No les voy a mentir, en realidad no sabíamos qué estábamos haciendo, ni qué queríamos hacer ni los medios para alcanzar los objetivos propuestos dos días antes en medio de un almuerzo entre clases. Sólo teníamos un cuento en común (que Carola recién estaba terminando de leer) y llevábamos con nosotros las subjetividades propias evocadas por la literatura una vez nos permite sumergirnos en sus personajes y situaciones. Para este encuentro, citamos a Hemingway con su relato "Las nieves del Kilimanjaro". Pero... ¿cómo comenzar? 
Logramos abrirnos paso entre las letras ya leídas para contextualizar a quienes, por cosas de la vida, terminaron en esa oficina esperando con qué íbamos a salir. Nuestra emoción era imposible de ocultar, y cada uno por nuestra parte invitamos a varios cristianos a acompañarnos... el único problema era que ellos no habían leído a Ernest. Ahora teníamos la responsabilidad de resumir, describir e intentar analizar los detalles del autor y de esta historia particular. 
Nos sentíamos héroes, casi catedráticos, teniendo público asistente en nuestra primera gran hazaña de análisis literario. Dejaré los testigos en el anonimato, supongo que más adelante alguno de ellos cobrará protagonismo, pero sólo por esta vez no los he de mencionar; a veces el ego de Maleno se pega como una tuna en las mangas de la camisa. Comenzamos, pues, a deshojar a Hemingway. ¿Qué eran las Nieves del Kilimanjaro? 
No fuimos capaces de ser conclusivos; por ser la primera vez, quisimos ser sutiles, dedicados y hasta cariñosos con el sentimiento que despertaba el relato. Describimos en nuestra calidad banal permanente la forma de desarrollarse la historia, pretendiendo, más que analizar, evocar los pequeños detalles que nos llamaban la atención en el actuar de los personajes y sus emociones plasmadas. Pero los afanes por compartir, nuestra torpeza para comentar y la inevitable necesidad de distraernos con cualquier anécdota sin contexto, hacía que, como la Hiena, personificáramos nuestras intenciones en risas que se perdían entre chistes y ocurrencias... culpa del público asistente (¡teníamos que entretenerlos de alguna forma!). 
Extasiados con este fugaz encuentro, dejamos de lado el análisis para tratar inquietudes filosóficas como la representación de las sirenas y la pregunta por cómo follarlas, cuya respuesta es cuestión de gusto. Nos dejamos pendientes, satisfechos con nuestros amantes literarios, para volvernos a ver con Cortázar en alguna próxima vez, procurando que en el futuro haya menos público, más café y aportes menos inconsecuentes... aunque, ¿qué es la vida sin la inconsecuencia?

No hay comentarios:

Publicar un comentario