domingo, 8 de noviembre de 2015

Comienzos estancados - Capítulo II: Carola

Carola nos deleita con una dulzura punzante en este poema. Permítase usted, como espectador, saborear las palabras con los ojos, pero del alma. Escápese usted, alma del espectador, y vuele por la ciudad de sus anhelos, pasee por esas calles con mil recuerdos y regrese lleno de paz, por aún conservar, como Carola, las sensaciones de unos ojos que siempre van más allá de lo que ven.


Observancias citadinas

Cúpula celeste
Musa de ciudad
Testigo de un caos latente
Asiento VIP del travieso azar

Madurez que acecha en tono amargo
Curiosidad ingenua obligada a escapar
Gritos autoritarios, rebeldía invicta
Utopías asfixiadas en una carrera que no da lugar

Jugueteos seductores
Asuntos de corbata
Mujeres casadas con amores varios
Vírgenes cansadas de coqueteos estrafalarios

Pasiones irrefrenables
Deseos mundanos silenciados
Sexo por que sí, sexo por que no
Sexo puritano, sexo sin control

Sujetos perdidos y aterrados
Sujetos que se aterran si se encuentran
Existencias en vuelo constante
Cuerpos vacíos que caminan sin talante

Cúpula sintética
Metro de ciudad
Testigo de un caos latente
Asiento VIP del travieso azar

Un solitario, un dormilón,
Varios lectores, algunos almas impedidas
Dos que hacen de uno
Y otros dos que quieren pero no se atreven

Miradas eternas
Amigos burlones
Roces involuntarios que sonrojan
Estrujones que de cualquier manera acaloran

Un paisaje en cuadrados infinitos
Edificios en persecución
Pasividad que impide y rememora
Cotidianidades similares sin demora

Una dama atenta
Una mente inquieta
Mil rutas imaginadas
Un mismo punto de llegada que no resuelve nada

Cúpula ocular
Mirada de ciudad
Protagonista de un caos latente
Rutina VIP del travieso azar

¿Sabe ella realmente a dónde va?
¿Por qué no para de observar?
Este es un poema de amor que no se da
Él es todos los finales que ella quiere imaginar

Comienzos estancados - Capítulo I: Magnolia

Magnolia es la primera en aparecer con su "Soledad", en un derroche de ingenio y detalle que no se había llegado a permitir explorar, o por lo menos no en esta clave. Sin embargo, conserva un detalle que es constante en ella: un ritmo inconfundible. Al igual que en los próximos textos, no expondremos las razones por las cuales estos se estancaron, sino que lo dejaremos a la querida, apreciada, y nunca bien ponderada, apreciación de usted, el lector. 


Soledad

Su canto era frío, nostálgico, bastante ausente (más de lo normal), como si algo le doliera desde lo más profundo de su ser. “Soledad, mi niña, ¿estás bien?” preguntó su captor, saboreando cada palabra dicha. Ella no moduló, no se atrevía a emitir palabra alguna desde la noche en que la secuestraron. Su melodiosa voz se apagaba conforme se gastaban los minutos en el reloj de bolsillo del guarda de turno, que se sentaba al lado de la puerta con un radio mal sintonizado y un cigarrillo sin prender en la boca. Ella moría por ese cigarrillo, o por un poco de agua, pero nada salía de su boca que no fuera el amargo tarareo de una cancioncilla que nadie había reconocido. Sentía sus párpados pesados, le palpitaban las magulladuras en sus brazos y sabía que tenía algunos rasguños en su piel; el frío de aquella oscura habitación hacía más intensa la cicatrización (o pudrición) de sus heridas. 
Cuando reinaba el silencio era porque se dejaba sumergir en un sueño casi mortal, viajaba dentro de sí misma hacia la plenitud del alma: los palacios de la memoria, esos bellos lugares construidos en su imaginación que nadie nunca puede arrebatarle. Allí, en el salón principal, un gramófono ambienta la estancia llena de cuadros renacentistas y reproduce un LP de tres canciones que se repite una y otra vez; su fascinación por Chet Baker y la majestuosidad de su sonido hacía que su corazón no quisiera escuchar ningún otro instrumentista: era algo más que personal el asunto ese de la trompeta. Al lado izquierdo, justo después de la repisa donde se halla el gramófono y un par de porcelanas que eran de su abuela, se dibujaban unas escalinatas en forma de caracol con columnas griegas en su construcción que iban al segundo piso del palacio. Sí, podría tener más pisos y habitaciones, pero en los escasos 17 años de Soledad, la distribución del edificio apenas y era clara. 

La primera habitación estaba llena de muñecas de trapo, de esas que le hacía su madre los sábados en la mañana para que ella jugara el resto del fin de semana. Las había de todos los tamaños, colores, texturas y vestuarios. Su favorita, la consentida, yacía en la mecedora que estaba en el extremo del cuarto donde había una ventana, desde la que se divisaban los jardines de hortensias que tanto cuidaba su padre. Esa misma ventana era por la que su madre distraía su costura en las tardes de semana, esperando por el camino ver la llegada de su amado. Ella, perdida en sus pensamientos, solía sentarse en esa mecedora abrazando a Lorena, su muñeca, y miraba por esa ventana con ojos anhelantes de ternura. Sabía que nadie llegaría, pero estaba perdidamente enamorada de esa bella sensación de esperar… y esperar… y esperar…

Comienzos estancados

Las tertulias no son tan improductivas como quisiéramos que fueran. Muchas veces, y sin decirnos nada entre nosotros, mientras estamos tertuliando, se nos ocurre alguna idea que nos persigue el resto de la tarde, como si nos susurrara al oído: "¡escribime!". Llegamos a la casa convencidos de tener toda la idea clara de principio a fin y comenzamos a escribir, al punto de sacarle sangre al teclado, hasta que ocurre: nos distraemos o repasamos lo escrito y no sabemos cómo debemos seguir. Este problema (si acaso lo es) le sucede a todo el mundo, y uno de nuestros profesores, de la manera más sabia, lo ha bautizado el síndrome de lo escrito en caliente. 
Así que, dejándolo enfriar, sucede que no es posible continuar las ideas ya plasmadas; el enfoque, el desarrollo y la intención, se pierden entre los caminos de la imaginación y queda el escrito en un punto que, si bien no es el final esperado, insinúa la idea que en algún momento existió en nuestros dedos. 
Estos intentos quedan en eso, en el reposo literario, que no se sabe si sea eterno. Esperamos regresar algún día a esas letras para terminar de rebosar la copa… o para beberla ante la insinuación que evoca la inspiración perdida.
A continuación les presentamos, uno por uno, los coitus interruptus, bautizados así por Carola, de cada uno de los contertulios en calidad de "intentadores".