NI
ESTRADO NI PURGATORIO*
–Maldita sea, ¿ya qué pasó? A este ritmo no llego a misa de siete.
Aunque ya para qué.
–¡Qué más se puede esperar! Los
buitres que administran este metro son de poco confiar. Pagan bien, pero de
poco confiar. Ojalá no vuelva a pasar lo del apagón del 98.
–¿Sabe qué? Justo en estos momentos le
diría que es el día del juicio final, pero tranquilo, que ni apocalipsis ni
diluvio universal. Ya abrieron las puertas. A caminar, doctor; y apurémonos a
ver si todavía alcanzamos el reguero de cristiano suicidado, porque, de seguro,
eso fue lo que pasó.
–¡Qué va! Seguro que se jodieron otra
vez comprando generadores chinos. Ésta se le va a ir honda a don Carvajal. Y
pues es mejor así; yo caminaría todos los días por las vías del metro, para no
meterme en un vagón atestado de oficinistas. Además aprovecho para llegar tarde
a la firma.
–Venga, venga, mire ese infierno de
gente allá abajo. No se apresure, tranquilo. Aprecie la calle. Esto como que me
inspira, ¿sabe? Hasta me siento con ánimos de confesar. Doctor, ¿usted es
creyente? Aprovécheme, cuénteme todo esos pecados que debe tener.
–¿Si ve esa multitud,esos semáforos
doblegados, esos vidrios de banco quebrados? Esos policías asustados. Este es
el tipo de cosas que me apasiona ver: Una masa de cuerpos sudorosos, sin
educación, con hambre y propensa a la violencia. No me mire así, no estoy tan
loco. Creo que es allí donde está la
chispa para cambiarlo todo. Sí, ya sé lo que piensa, un abogado anarquista, eso
soy, ese es mi pecado y no me avergüenza.
–¡Así se habla,
carajo! Se nota que debajo de ese ajuar de tinterillo de la Alpujarra se esconde
todo un mamerto de primera.
–Gracias, curita. Vea, ya vienen a
pastorearnos estos funcionarios con medio bachillerato e ínfulas de gerente.
Quisiera preguntarles por qué nos van a mover de acá, pero me van a decir lo
mismo de siempre: <<son órdenes, caballero, colaboreme.La ley es la
ley>>. Ni sabrán qué es eso.
–No entiendo por dónde quieren que nos
subamos a la plataforma. Mire esa fila para las escaleras. A ver, démonosla de
alpinistas. Doctor, ayude a este pobre siervo renegado que ya ni de Dios seré.
¡Ahg! Eso… Ahora venga yo le doy la mano… con maña, hombre, que me vuelve a
tirar a los rieles.
–¿Y ahora?
–Por allá escucho decir que esperemos.
–Pues esperemos, y los litigios que ni
me esperen hoy en la casa. Oiga, Monseñor…
–…Vea usted en los altos ministerios
que me pone. Entonces déjeme que le diga magistrado.
–Pues ya entrados en gastos… pero ya
enserio, yo no veo ni vísceras desparramadas ni sangre dispersa. Lo que siempre
digo: si uno quiere ver cercenamientos jurídicos o corporales, tiene que
vérselas con la clase dirigente de este país. ¿Sí escuchó lo que dijeron? Se
supone que fue un fallo de la energía, pero sigo sin ver nada.
–Esto me huele mal. ¿Un brandicito
para la espera? No ponga cara de sorpresa. Ya lo dice el libro de Mateo,
capítulo cuatro, versículo cuatro…
–Sí, “no sólo de pan vive el hombre”,
y no sólo de vino de consagrar viven los curas.
–Amén.
–Salud.
–Oiga, ¿por qué será que toda la gente
se está apelotonando en los miraderos? No dejan ver. Magistrado, ¿usted alcanza
a ver algo?
–Ja, ja, ja. Veo que esto se puso
bueno. Ni apagón ni suicidio ni apocalipsis, y es probable que pregunten si hay
un abogado en el recinto. ¿Pero qué hace? ¡Agáchese, Monseñor!
–¡Ave María purísima sin pecado concebido!
Y estos de qué lado serán…
–¡Chist! Hable bajito. Y si preguntan,
dígales que usted es otro cura guerrillero.
–¿Entonces? ¿Se toma el último trago
de la vida?
–Amén.
–Salud.
*Cuento escrito en clave de cadáver exquisito, entre Judas Pavlov de
Rodas y Magdaleno Ríos (tal vez la calidad del texto exija otra categoría más
justa: cadáver putrefacto)